viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Qué beneficios espirituales nos traen los sufrimientos?



“Yo enriquezco, en el tiempo de la tribulación, a las almas que amo, con Mis mayores gracias. Vean a Juan el Bautista que, entre las cadenas y estrecheces de la cárcel, conoce las obras que Yo hacía.
(Tribulación = sufrimiento, dolor, dificultad, problema)
Ustedes no lo entienden, pero es grande e inapreciable la utilidad que sacan de las tribulaciones. Yo no se las envío porque quiero su mal, si no porque anhelo su bien y, por lo mismo, deben recibirlas cuando las envío y darme también las gracias, no solo resignándose a cumplir Mi divina Voluntad, sino alegrándose de que los trate como antes Mi Padre Me trató a Mí, que Mi vida en la tierra fue un tejido de penas y dolores.
Voy a detallarles:
Primero verán por qué son útiles las tribulaciones. 

El que no ha sido tentado, ¿qué es lo que puede saber?
 El que tiene mucha experiencia, será reflexivo y el que ha aprendido mucho, discurrirá con prudencia.
 El que siempre ha vivido en la prosperidad, en la comodidad, no sabe nada acerca del estado de su alma. 
El primer buen efecto de la tribulación es abrirles los ojos que la prosperidad les tiene cerrados. Ciego estaba San Pablo cuando Me aparecí a él y entonces conoció los errores en que vivía. Recurrió a Mí el Rey Manasés estando preso en Babilonia, conoció sus pecados e hizo penitencia de ellos. Piensa en el Hijo Pródigo… Es así, mientras viven en la prosperidad, solamente piensan en el mundo y en los vicios.  
El segundo buen beneficio de la tribulación es separarlos del apego que tienen a las cosas de la tierra. Cuando la madre quiere destetar a su hijo de pecho, pone algo amargo en el pezón para que el niño se separe y se acostumbre a comer. Lo mismo hago Yo con ustedes para apartarlos de los bienes terrenales: pongo hiel en las cosas terrenas para que, hallándolas ustedes amargas, las aborrezcan y amen los bienes celestiales. Hago amargas las cosas terrenas para que busquen otra felicidad, cuya dulzura no los engañe.      
El tercer buen beneficio consiste en que aquellos que viven en la prosperidad, estimulados de la soberbia, de la vanagloria, del orgullo, del deseo inmoderado de adquirir riquezas, honores y placeres, sean librados de todas estas tentaciones por medio de las tribulaciones; los vuelvan humildes para contentarse con el estado y condición en que Yo los He colocado. Envío tribulaciones para que no sean condenados juntamente con este mundo. 
   El cuarto beneficio es reparar por los pecados cometidos, mucho mejor que las penitencias que ustedes se imponen voluntariamente. ¡Qué remedio tan eficaz es el sufrimiento para curarles las llagas y heridas que les abrieron los pecados! ¿Por qué se quejan? La tribulación que sufren, lo dice San Agustín, es una medicina, no un castigo. Job llama dichoso al hombre a quien Yo mismo corrijo, porque Yo mismo hago la llaga y la sano: hiero y curo con Mis manos.   
   El quinto beneficio es que las penas hacen que ustedes se acuerden de Mí y los obliga a recurrir a Mi Misericordia, viendo que solamente Yo Soy el que puede aliviárselas, ayudándolos a sufrirlas (Mateo 11, 28).     El sexto beneficio es que las tribulaciones los hacen contraer grandes méritos ante Mí, dándoles ocasión de ejercitar las virtudes que más amo: la humildad, la paciencia y la conformidad con Mi Voluntad. No se olviden que más vale un “Bendito sea Dios” que mil acciones de gracias en la prosperidad. Hijos Míos, qué tesoro de méritos consigue el cristiano sufriendo con paciencia los desprecios, la pobreza y las enfermedades. Los desprecios que se reciben de los hombres son los verdaderos deseos de los santos que anhelan ser despreciados por amor a Mí, para hacerse semejantes a Mí.  
¡Cuánto ganan sufriendo las incomodidades de la pobreza! Si te crees infeliz porque vive junto a tí la pobreza, realmente eres infeliz y digno de compasión, no porque eres pobre, sino porque siéndolo no abrazas tu pobreza y te tienes por desdichado.    
 Sufrir con paciencia los dolores y enfermedades es alcanzar de antemano una gran parte de la corona que les está preparada en el Cielo. Si se queja un enfermo de que por estar así no puede hacer nada, se equivoca; porque lo puede hacer todo, ofreciendo a Dios con paz y resignación cuanto padezca en su enfermedad. Yo castigo al que amo y pruebo con adversidades a los que recibo por hijos Míos (Hebreos 12, 6).
Un día le dije a Santa Teresa: debes saber que las almas que más ama Mi Padre, son aquellas que padecen mayores tribulaciones. Aprende de Job, quien decía: “Si hemos recibido los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no recibiremos también los males?” ¿Tú piensas que no es justo que quien recibió con alegría la vida, la salud, las riquezas temporales, reciba también los sufrimientos, los cuales les son más útiles y provechosos que la prosperidad? Hija Mía, un alma fortificada en el sufrimiento, se parece a una llama que el viento hace crecer….” 

  “Las tribulaciones más temibles para un alma buena son las tentaciones con que el demonio los incita a ofender a Dios; pero quien las resiste y las sufre, implorando el auxilio divino, adquiere con ellas gran tesoro de méritos. En 1ª Cor 10, 13, lean: “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis sosteneros.” Y en las bienaventuranzas, que tanto te gustan, les digo que serán consolados cuantos lloran.
Si no sufren con paciencia las tribulaciones, no mejorarán su estado y será mayor el peligro. No hay remedio, si quieren salvarse, es preciso pasar por medio de muchos sufrimientos para entrar en Mi Reino. No olviden que el Paraíso es el lugar de los pobres, de los humildes y de los afligidos.
En suma, quiero que entiendan que las tribulaciones con las cuales Yo los pruebo o los corrijo no vienen para su perdición, sino para su provecho o su enmienda. Cuando se ve un pecador atribulado, es señal de que Yo quiero tener Misericordia de él en la otra vida. Al contrario, es desgraciado aquel que no es tocado por Mí en este mundo, porque es señal de que Estoy descontento con él y lo tengo reservado para el eterno castigo. El Profeta Jeremías preguntó: “Señor, ¿por qué motivo a los impíos todo les sale prósperamente en este mundo?” (Jeremías 12, 1).

  Cuando se ven cercados de los sufrimientos que Yo les envío, oren como Job; oren como San Agustín, que decía: “Señor, quema, despedaza y no perdones en este mundo para que me perdones en el otro, que es eterno”. Por eso, quien se ve afligido por Dios en esta vida, tiene una señal segura de que es Mi amado. El que quiera ser glorificado con los Santos, debe padecer en esta vida como los santos padecieron. Ninguno de ellos ha sido bien tratado ni querido del mundo, sino que todos fueron perseguidos.  
Bien, ahora les diré como deben portarse en los sufrimientos: El que se vea combatido de penas en este mundo necesita, ante todas las cosas, alejarse del pecado y procurar ponerse en gracia de Dios. 
De otro modo, todo lo que padezca estando en pecado, será perdido para él. Es decir, sin la gracia, de nada les aprovecharía el sufrimiento. Al contrario, el que padece Conmigo y por Mí, con resignación, todos sus padecimientos se convierten en consuelo y alegría. Por eso Mis Apóstoles, después de haber sido injuriados y maltratados por los judíos, se retiraron de la presencia del concilio llenos de gozo, porque habían sido dignos de sufrir por Mi Nombre. Así, cuando Yo les envío un sufrimiento, es preciso que digan como Yo. 
El cáliz, que Me Ha dado Mi Padre celestial, ¿He de dejar Yo de beberlo?
Porque, además de que deben recibir la tribulación como venida de Mi mano, ¿cuál es el patrimonio del cristiano en este mundo, sino los padecimientos y las persecuciones? Yo He muerto en una Cruz y Mis Apóstoles sufrieron martirios crueles. ¿Se llamarán ustedes Mis imitadores, cuando ni saben sufrir las tribulaciones con paciencia y resignación?
Cuando se vean muy atribulados y no sepan qué hacer, vuélvanse a Mí, que Soy el único que puede consolarlos. Acudan a Mí con gran confianza en Mi Corazón que está lleno de Misericordia, y no hacer como algunos que se abaten si no los oigo en cuanto comienzan a suplicar. Para estos dije a Pedro: Hombre de poca fe, ¿por qué has desconfiado? Cuando las gracias que desean obtener son espirituales y pueden contribuir al bien de sus almas, deben estar seguros de que Yo los oir siempre que Me supliquen con tesón y no pierdan la confianza. Es, por lo tanto, necesario que en los sufrimientos no desconfíen jamás de que la piedad divina los ha de consolar. Las almas que tienen poca fe, en vez de recurrir a Mí en el tiempo de la tribulación, recurren a los medios humanos, y aun satánicos como brujos y adivinos, olvidándose de acudir a Mí y no pueden verse socorridas en sus necesidades.  
Si Yo no Soy el que edifica la casa, en vano se fatigan los arquitectos.
¿Por qué los hombres Me provocaron la ira volviéndome la espalda y postrándose ante los ídolos que han invocado, y en quienes colocan su esperanza? ¿Por qué motivo dicen que ya no quieren acudir a Mí? ¿Por ventura He sido para ustedes tierra sombría que no da fruto?  

 No saben el gran deseo que tengo de que acudan a Mí en busca de consuelo en las tribulaciones, para poder dispensarles Mis gracias y al mismo tiempo hacerles saber que, cuando Me suplican, no Me hago de rogar, sino que Estoy presto a socorrerlos y consolarlos, aunque muchas veces, no por el camino que ustedes desean. 
 Yo no duermo cuando ustedes recurren a Mí y Me piden algunas gracias útiles a sus almas, porque entonces los oigo cuidadoso de su bien. Estén seguros que cuando Me piden gracias temporales, o les daré lo que piden, o les daré otra cosa mejor; o les concederé la gracia pedida, siempre que les sea provechosa para el alma, o alguna otra más útil. Por ejemplo, la de acomodarse con resignación a Mi Voluntad y a sufrir con paciencia aquella pena. Todo ésto les aumenta los méritos para conseguir la vida eterna.
                           
                            

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